Una sacerdotisa dotada de belleza única. Un joven príncipe dispuesto a darlo todo. Un encuentro apasionado en un bosque. Dos mundos conectados por un amor prohibido. Una conexión más allá de la muerte.

Donde los dos amantes encontraron su lugar de descanso final, una planta de color verde esmeralda brota de la tierra. Sus delicados zarcillos se unieron en un fuerte abrazo.

Conocida como el néctar de los dioses y reina de las especias, la vainilla es la única que puede domar los sabores ácidos y endulzar los sabores amargos.

Maravillosa vainilla. La especia perfecta para domar al tequila salvaje.

Los totonacos aprovecharon los beneficios aromáticos y culinarios de la vainilla. Para ellos, esta orquídea jugaba un papel fundamental en su vida diaria, sus rituales y en sus relaciones comerciales.

Cuando los totonacos fueron conquistados por los aztecas, la vainilla fue uno de los tributos más demandados, pues se utilizaba para dar sabor a diversos alimentos y bebidas, especialmente el chocolate.

Era un producto muy valorado en toda Mesoamérica.

La vainilla también era muy valorada por los totonacas porque formaba parte de su cosmovisión, pues durante su cosecha y procesamiento realizaban rituales y ofrendas en agradecimiento al Señor de la Montaña, Kiwikgolo.

En lengua totonaca, la vainilla se llama Xanath (“flor escondida”), en nánuahtl “Tlilxóchitl” (“flor negra”).

Los españoles le dieron el nombre de “vainilla” porque sus frutos de 15 a 30 cm de largo se asemejan a las vainas de espadas.